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Una leve vida

En memoria de Pablo Santa Roberto murió. Lo encontraron en su habitación. Llevaba tres días muerto. El olor fue lo primero que sintieron: azufrado, al principio débil, filoso, puntiagudo, salado, podrido. La casa de Roberto estaba en perfecto orden: la sala, el primer espacio con el que se encuentra el visitante, sin ningún objeto fuera de lugar, todo pulcro… un leve olor a limón; la cocina, amarillenta por el tiempo, brillaba opaca, los platos en su sitio, los tenedores con los tenedores, las cucharas con las cucharas, los cuchillos con los cuchillos… un leve olor a lavanda; el baño, oscuro, se reflejaba a si mismo en las baldosas verdes, la tapa bajada, un rollo de papel higiénico nuevo… un leve olor a canela; el cuarto, con la luz amarillenta y titilante de un estudio viejo, la cama tensada y sin arruga alguna, el televisor encendido en el canal de deportes, los mejores goles de la semana, la ropa sucia con un orden impropio de la ropa sucia apilada en un rinconcito al que poca

Gabo, y el cataclismo de Damocles

Como hoy quería publicar y tampoco tenia nada preparado, decidí dejar aquí y compartir un discurso que dio Gabo en el aniversario #41 de la bomba de Hiroshima. Por mucho que no me guste García Márquez, tengo que admitir que esta conferencia es de las pocas cosas que me han gustado de el, incluso más que la sobreanalizada primera frase de Cien años de soledad (siendo lo único del libro que he leído): "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo". Sin más vueltas que darle al asunto, quiero dejar que solo Gabo hable, y deje claro que la guerra no es una opción. Un minuto después de la última explosión, más de la mitad de los seres humanos habrá muerto, el polvo y el humo de los continentes en llamas derrotarán a la luz solar, y las tinieblas absolutas volverán a reinar en el mundo. Un invierno de lluvias anaranjadas y huracanes helados invertirá el t

Reseña: La hija de la noche

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La hija de la noche Laura Gallego Edebe, 2004 196 páginas Sinopsis encontrada en el libro “La tranquilidad del pequeño pueblo de Beaufort se ve alterada por un hecho que, en principio, parece carecer de una explicación razonable. El granjero Henri Morillon ha encontrado muerta una de sus vacas en extrañas circunstancias: completamente desangrada.             Algunos habitantes del pueblo, como el joven Jerôme, creen que la mansión Grisard guarda cierta relación con el suceso. El viejo caserón había permanecido deshabitado y abandonado durante muchos años, hasta que derepente se instala allí la bella y enigmática Isabelle, que regresa a la localidad que la vio nacer y de donde huyó tiempo atrás.             El misterio que rodea a esta mujer despertará las sospechas de sus vecinos, y gendarme del lugar, el joven Max, comienza a investigar…” El entrar a un libro a la defensiva no es un movimiento muy inteligente. Había algo en este libro que no me cuadraba. Des

Reseña: Limpieza de oficio

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Limpieza de oficio Sergio Ocampo Madrid Penguin Random House, 2014 226 páginas Para ser un libro sobre payasos y asesinatos en serie no resulta tan interesante como parece, original tal vez, pero interesante no. Paco es un periodista que le gusta jugar a ser novelista con sus historias. Trata su columna como si de un libro de aventuras y superhéroes se tratará, oh, además, como personaje, es insoportable. Logré terminar este libro por pura culpa. Algo tenía que tener, algo que hiciera que valiera la pena su lectura… al final, lo único que consiguió que lo terminara fue su procedencia. Conseguí este libro por manos de los chicos de tulibroaciegas , una iniciativa que busca darte una cita a ciegas con un libro. El precio está muy bien y si no hubiese hecho el esfuerzo de terminar el libro me hubiese sentido terriblemente mal. Ya habiendo dado una pequeña introducción a esta crónica fantasiosa con máscara de novela estos son sus altos y sus bajos: Altos - No t

Carta al amor distante

Te vi, te vi, te vi, y solo hasta que te escribí, te amé. A tientas caminé trazando las letras de un poema,  recordando tu pelo de oro, tus ojos inteligentes, tu amor por el conocimiento, por la música, por los libros; pero sigues distante, casi inalcanzable; y yo sigo perdido, esperando ser encontrado por ti, con miedo a buscarte. Te amo, te amo, te amo, y solo hasta que te escribo, te veo.

El martillo

El martillo Julián  Santa Don Miguel podía ver, con un detalle casi exclusivo de su profesión, como el martillo colgado en la pared no había tocado clavo alguno. Era obvio que salió directamente del empaque para ser puesto como decoración: tenía un extraño pero perfecto color rojizo que no era oxido y una clara falta de desgaste en el mango de caucho azul. Don Miguel, siempre que entraba al garaje, recordaba como el dueño del martillo, el señor Hernández, le prohibió tocarlo el día en que fue contratado. Esa diabólica herramienta estaba en un pedestal irracional de admiración, lo que causaba en don Miguel una angustia tremenda al no poder entender a su contratador. Pero por lo menos, pensaba don Miguel, siempre lo trataba bien.             Después de una semana de trabajo en donde se dedicó casi exclusivamente a reparar mesas y sillas, don Miguel decidió limpiar y organizar su espacio de trabajo. No hubo problema alguno, recordaba la orden del señor Hernández y estaba evitando

Bogotá

Bogotá Julian Santa Bogotá es tan especial que llega a tener las cuatro estaciones en menos de 24 horas. Por ello, cada bogotano medianamente experimentado revisa antes de salir de casa que lleve chaqueta para el frio, una camiseta de manga corta para el calor, zapatos resistentes a los charcos, una sombrilla y unas gafas de sol. Aun después de toda esa preparación, el bogotano olvida algún objeto de valor encima del comedor. Al llegar sus zapatos de tela parecen un charco andante y pesa 5 kilos más en ropa empapada. El transporte no ayuda. Me he encontrado en situaciones en donde es imposible subirse a un bus. Hay personas que ni siquiera han podido pagar y van colgados de la maleta del pasajero más cercano. Es tanto el gentío que no es necesario sostenerse para no caer con los frenazos bruscos y los giros imprudentes. Salir del bus es otra odisea. Cualquier persona razonable empieza a abrirse paso entre la masa de sudor y maletas unas diez cuadras antes de bajarse, claro, si e