Una leve vida

En memoria de Pablo Santa

Roberto murió. Lo encontraron en su habitación. Llevaba tres días muerto. El olor fue lo primero que sintieron: azufrado, al principio débil, filoso, puntiagudo, salado, podrido. La casa de Roberto estaba en perfecto orden: la sala, el primer espacio con el que se encuentra el visitante, sin ningún objeto fuera de lugar, todo pulcro… un leve olor a limón; la cocina, amarillenta por el tiempo, brillaba opaca, los platos en su sitio, los tenedores con los tenedores, las cucharas con las cucharas, los cuchillos con los cuchillos… un leve olor a lavanda; el baño, oscuro, se reflejaba a si mismo en las baldosas verdes, la tapa bajada, un rollo de papel higiénico nuevo… un leve olor a canela; el cuarto, con la luz amarillenta y titilante de un estudio viejo, la cama tensada y sin arruga alguna, el televisor encendido en el canal de deportes, los mejores goles de la semana, la ropa sucia con un orden impropio de la ropa sucia apilada en un rinconcito al que poca luz  llega… un obvio olor a muerte. Los que encontraron a Roberto se sorprendieron al ver la tranquilidad con que la cara se le podría. Había muerto acostado boca arriba en su cama, con las manos cruzadas sobre su pecho y la mirada fija en la línea de humedad que había dejado una gotera.

Pocas historias se contaron sobre Roberto el día de su funeral. Los contados asistentes, la familia que aún lo consideraba, se limitaron a tomar café y a comparar sus vidas entre sí. Que si uno termina dos carreras, que si el otro se hizo un buen de plata, que si esta se casó, que si este tuvo un hijo. Aquel circo negro dejó de tratarse sobre el muerto y pasó a ser una reunión de monos compitiendo por ver quien había tenido mejor vida. Al menos dejaron descansar a Roberto.

Las memorias se perdieron con el último respiro de su larga vida. Las neuronas se apagaron, el corazón dejó de latir, el pensamiento, de repente, quedó en silencio. La bella vida de Roberto, llena de sonrisas, lágrimas, gritos, golpes, risas, carcajadas, llantos, llantos, llantos… La bella vida de Roberto, llena de vida, quedó escondida en una pila de álbumes de fotos, en las cartas perdidas en el correo, en los poemas garabateados en servilletas, en el cuarto que antes tenía un leve olor a esperanza. 




Julián Santa

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